
La primera serie de literatura adictiva que recuerdo eran los libros de Heidi. Los leía por la noche con una linterna pequeñita. El que más me gustaba era el del episodio de la cueva y el encuentro con un oso. Las historias de Walt Disney nunca me gustaron demasiado porque las mujeres parecían soñar con un príncipe azul que solo salía al final del cuento y del que nunca se sabía más. No se sabía cómo besaba, ni cómo se movía en la cama, ni si le olían los pies.
Darse cuenta de las rarezas de los príncipes de los cuentos a una edad temprana es un ejemplo de los pensamientos lúcidos que tienen muchos niños antes de convertirse en “hormonas con patas”: cuando las ideas cambian de repente, casi de la noche a la mañana.
Mi hermana y yo creíamos arreglar el mundo comentando los programas de la tele en horario infantil. Las conversaciones más intensas eran siempre con el programa Fraguel Rock, que empezó a emitirse en España el 10 de enero de 1983, cuando mi hermana tenía seis años y yo nueve. ¿Cómo podría explicar lo que era Fraguel Rock?
Solíamos verlo con un poco de frío, delante de la chimenea de la casa de Camarma, después de haber encendido un fuego con las hojas de los cuadernos de tareas de años anteriores. Hacíamos una bolita con el papel (con huecos para que el aire y las llamas circularan) y los metíamos debajo de palos secos que habíamos colocado el domingo anterior, para que prendieran rápido. Siempre que veíamos Fraguel Rock olíamos a humo.
Para calentarnos dábamos palmadas en cuanto oíamos la pegadiza canción de los Fraguel, que hablaba de un universo escavado en una roca, casi como los cimientos de la casa roja del capítulo anterior. “Vamos a jugar. Tus problemas déjalos para disfrutar ven a Fraguel Rock”, rezaba el estribillo cantado por los fraguel. Y luego añadían al unísono los seres llamados “curris”: “Hay que trabajar, no podemos descansar.” Si cierro los ojos puedo recordar las conversaciones que teníamos mi hermana y yo mientras los fraguels se comían las construcciones de los curris. ¿Pero qué es un fraguel? ¿Qué es un Curri? Me preguntarán mis sobrinos si no se lo explico. Allá voy.
Los fraggel son unos muñecos de trapo, unos teleñecos, del estilo a Epi y Blas (si habéis visto Barrio Sésamo). En inglés los llaman Muppets. Los fraguel tienen narices grandes y redondeadas, ojos saltones como pelotitas de golf, y unos “quiriquis” de pelo suave como plumas en lo alto de sus cabecitas. Los fraguels vivían en un mundo subterráneo dentro de una gran roca, con túneles que conectaban al mundo exterior donde vivían otras criaturas llamadas seres humanos. Los curris convivían con los fraguel, eran por lo menos diez veces más pequeños y todos llevaban cascos porque todos eran obreros (menos el arquitecto, al que dejaban dibujar). Los curris se pasaban el día trabajando en construcciones que sabían a caramelo y eran la comida favorita de los fraguel.
Teníamos debates sobre los curries porque eran nuestros seres favoritos. No sé si nos identificábamos con ellos, o queríamos ayudarles aun cuando sabíamos que era imposible por muchas razones, incluida la de que eran seres imaginarios.
Y así fue como, sin quererlo, mi hermana y yo empezamos a hablar de temas de mayores: jugando. Y hablábamos de cómo se ignoraban o cómo conectaban estos dos grupos que, en el fondo, se necesitaban. Después, de mayor, aprendí que el autor de la serie, Jim Henson, exploraba en los capítulos aspectos de prejuicios, espiritualidad, identidad personal, medio ambiente, y conflicto social. Todas estas son palabras mayores que iremos cubriendo en historias futuras, poco a poco, para no abrumarnos.
Me pregunto si fue por influencia de los fraguel que mi hermana quería estudiar Ciencias de Medio Ambiente y yo quería estudiar una mezcla de todo lo demás, por lo que no me quedo más remedio que ser artista. Mi hermana, cuando creció, se convirtió en una exploradora nata y hasta hizo el camino de Santiago con unas botas de montañera que tenían unos cordones color mostaza, como los pantalones de pana de Camarma.
Se emitieron 96 episodios de los fraguel en España hasta el 30 de marzo de 1987, pero yo sólo recuerdo los que vimos delante de la chimenea, mientras dejábamos calentar dos palitos hasta que se convertían en lápices rojos que pintaban círculos en el aire cuando se movían muy deprisa. Mi madre nos decía: “¡Niñas! ¡Dejad esos palos quietos que vais a quemar la casa!” Pero nosotras, en lugar de obedecer, en cuanto veíamos que en el ascua aparecía una película fina de ceniza, soplábamos despacio, le dábamos vida a la brasa y dibujábamos más círculos. La vida es un círculo bien grande por el que subimos y bajamos, como cantaban los fraguel.